CORONAVIRUS NUEVA YORK Barrio latino de Nueva York vive con miedo a más sufrimientos por la covid-19
Ruth E. Hernández Beltrán
Nueva York, 2 dic (EFE News).- El repunte de casos de la covid-19 en el Alto Manhattan de Nueva York ha obligado a elevar el estado de alerta en una comunidad dominicana que aún se recupera del azote de la primera ola de la pandemia y que quiere evitar perder de nuevo su particular estilo de vida, muy de vivir en la calle y disfrutar de la compañía de los vecinos, la buena comida, la bachata y el merengue.
El aumento de nuevos positivos preocupa a sus residentes ante un posible contagio, mientras la vida continúa para ésta que, como otras comunidades de clase trabajadora, no puede quedarse en casa.
Desde las bodegas, reposterías, salones de belleza, tiendas de ropa, supermercados, fruterías o restaurantes se ganan como pueden la vida, aunque la pandemia ha obligado a otras formas de realizar su trabajo.
En la céntrica avenida San Nicolás, rebautizada como Juan Pablo Duarte, uno de los padres de la patria dominicana, está repleta de vendedores ambulantes que ofrecen todo tipo de productos.
En la esquina de la Calle 182 y San Nicolás está como todos los días Pedro Antonio Espinal, de pie, con mascarilla y protegido del frío vendiendo aguacates a un público que va de un lado a otro entre las congestionadas aceras.
TRABAJAR, Y TOMAR RIESGOS, PARA PODER VIVIR
«La situación está crítica. Hay que salir a la calle a ver lo que uno puede hacer, ¿Cómo uno va a sobrevivir?», se pregunta y afirma que haya pandemia, frío o calor sólo le resta protegerse porque hay que llevar comida a la familia.
Jiménez se sumó al amplio grupo de vendedores ambulantes desde que la primera ola de la pandemia le dejó sin su trabajo en una ebanistería.
Cada día este dominicano de 57 años acude a la misma esquina, de siete de la mañana a seis de la tarde, protegido sólo por la mascarilla y lo que vende, tras largas horas, «no da ni para uno mantenerse» que se complementa con lo que gana su esposa. Juntos reúnen lo justo para mantener un hogar donde además viven un hijo y dos nietas.
En otra esquina, donde la música de reguetón de una tienda obligaba a casi gritar para conversar en la calle, Abel Terrazas, mexicano, fríe y vende pastelillos escudado en su mascarilla y unos pequeños acrílicos que colocó a ambos lados de su carro.
Terrazas, de 57 años, dice no estar enterado del aumento de casos en esta zona donde ha vendido sus pastelillos durante 16 años.
«No sabía, no tengo televisor» en la habitación que alquila, señala para manifestar pronto su preocupación de que se decrete otro cierre que le ponga en más aprietos económicos.
«La otra vez que nos encerraron (cuando se decretó el cierre en marzo) quedé con muchas deudas con la renta del cuarto donde vivía, de otra gente a la que debía y ese dinero fue aumentando y aumentando y yo no recibí dinero del Gobierno. Ni comida recibí en mi cuarto y quedé con muchas deudas», lamentó el trabajador.
ZONA AMARILLA
El pasado 23 de noviembre, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, designó varias áreas en el Upper Manhattan, que incluye a la comunidad de Washington Heights, que ha sido el barrio dominicano por excelencia en esta ciudad, como zonas amarillas, primero de los tres colores de alerta.
De acuerdo con datos del Departamento de Salud de la ciudad, en los últimos siete días la tasa de positividad en esta zona es del 4,6 %, por encima del 3 % como límite establecido en los niveles de contagios.
Las comunidades latina y negra han sido las más afectadas por el impacto del coronavirus del que aún muchos no se reponen por la pérdida de seres queridos y desempleo, y mientras aún afrontan inseguridad alimentaria y el posible desalojo de sus hogares el repunte del virus ha llevado a las autoridades a tomar medidas para controlar los contagios.
«Creo que el repunte se debe a varias cosas. Sabemos que la vivienda en esta parte de la ciudad es diferente, que hay tres y cuatro familias viviendo juntas y si uno está enfermo (del covid) no puede hacer la cuarentena», contagiando a otros, comenta a Efe la asambleísta estatal de esta comunidad, Carmen de la Rosa.
«También sabemos que muchos trabajadores esenciales no pueden dejar de trabajar, de tomar el transporte público, aunque el virus se propague a altos niveles poniendo en riesgo su salud y la de su familia», señala la legisladora.
Destaca que pese a que se le reitera a la comunidad que utilice el tapabocas y practique el distanciamiento social «entendemos que la necesidad no compagina con esas reglas».
Una de ellas es Yaneldy Hernández. Es cajera en un supermercado y trabajó durante la primera ola de la pandemia. Está al tanto de que esa zona está bajo alerta por el repunte de casos pero, pese a que le preocupa el contagio, necesita de sus ingresos.
«No queda de otra», afirma con resignación mientras, protegida por guantes, tapabocas y una división que le separa del público continúa atendiendo clientes. EFE News